Publicado por: Equipo GDigital | viernes 5 de diciembre de 2025 | Publicado a las: 18:17
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Hoy, en el Día Internacional del Voluntariado, nuestra región vuelve a mostrar una verdad silenciosa pero innegable: el desarrollo de un territorio no depende solo de instituciones, presupuestos o autoridades… depende también de esas personas comunes y corrientes que, sin cámaras ni aplausos, se levantan cada día a servir.
El voluntariado ocurre en muchos niveles: en las calles frías donde alguien extiende una mano; en los comedores donde se cocina para otros antes de pensar en uno mismo; en los centros comunitarios donde se acompaña, escucha y contiene; en los colegios donde alguien motiva a un joven; en los hospitales donde un gesto sencillo cambia un día completo. Es un tejido social que cruza edades, profesiones, creencias y territorios, y que mantiene unida a esta región incluso en los momentos más duros.
Y cuando las políticas públicas avanzan lento o no alcanzan a cubrirlo todo, el voluntariado aparece como el puente que permite que ningún esfuerzo quede incompleto. No reemplaza al Estado ni a los municipios: los complementa, les da humanidad y les permite llegar adonde los recursos no alcanzan y donde los papeles no bastan. Por eso el voluntario es tan esencial como cualquier programa social; es, literalmente, parte de la solución.
Pero hoy quiero decir algo que nace de la convicción personal y espiritual de muchos de nosotros: el servicio del voluntario se parece profundamente al llamado que tantas personas que creen en Dios reciben para su vida.
No porque el voluntario busque convertirse en un héroe, sino porque su manera de actuar recuerda ese principio simple y eterno: amar al prójimo como a uno mismo. Salir de noche con frío, detenerse a escuchar a alguien roto, acompañar a quien todos esquivan… ese gesto es, en la práctica, lo que muchos textos sagrados describen como servicio, compasión y justicia.
El voluntariado encarna valores que trascienden religiones, pero que quienes creemos en Dios reconocemos de inmediato:
•La misericordia que se mueve, no que se queda en palabras.
•El amor que sirve, no que espera recompensa.
•La fe que actúa, incluso cuando nadie la está mirando.
Por eso, cuando un voluntario se inclina para entregar un plato caliente, cuando empuja una silla de ruedas, cuando visita a quien está solo, cuando se pone la chaqueta para salir a la calle a las once de la noche, no solo está haciendo trabajo social, está recordándonos a todos cómo se ve el amor en movimiento.
A ustedes, voluntarios de La Araucanía —los visibles y los invisibles— gracias.
Gracias por recordarnos que el servicio no es una obligación, sino un privilegio; que la esperanza no se compra, se construye; que la fe no se habla, se vive.
Hoy celebramos su día, pero su impacto dura todo el año. Sigamos construyendo juntos una región donde servir sea parte natural de nuestra convivencia, y donde cada acción solidaria sea una luz más en medio del invierno.
Porque cuando un voluntario actúa, la región se fortalece. Y cuando lo hace movido por amor, Dios sonríe.