Publicado por: Equipo GDigital | martes 14 de octubre de 2025 | Publicado a las: 17:10
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La alimentación del mundo está en juego. Un desafío global es la seguridad alimentaria. Cada vez resulta más difícil producir alimentos de calidad en un contexto de sobreexplotación de suelos, cambio climático y aumento sostenido de la población mundial.
Frente a ello, los científicos hemos comenzado una búsqueda de soluciones sustentables y naturales para trabajar la tierra, que no erosionen los suelos ni generen daños ambientales propios de los fertilizantes químicos.
Cuando uno escucha hablar de levaduras antárticas, la primera imagen que viene a la mente suele ser la de los hongos que utilizamos en la cocina o en la industria cervecera. Sin embargo, las levaduras que habitan en la Antártica son organismos mucho más versátiles y extraordinarios. Su particularidad radica en que, al vivir en condiciones extremas, han debido desarrollar estrategias únicas para sobrevivir. Y es precisamente en esas adaptaciones donde reside su enorme potencial biotecnológico.
Mi acercamiento a este mundo comenzó gracias a un proyecto del Instituto Antártico Chileno (INACH), en el que una estudiante de doctorado recolectó muestras de hongos en la Antártica.
En ese trabajo inicial se identificaron levaduras fermentativas útiles para la industria del vino, pero también se encontraron otras que no fermentaban. Aquella diferencia despertó nuestra curiosidad: ¿qué propiedades escondían esas levaduras no convencionales?
Al analizarlas, descubrimos que tenían la capacidad de hidrolizar proteínas y fosfatos, además de producir compuestos que promueven el crecimiento de las plantas. Esa constatación abrió un horizonte de aplicación muy concreto: la agricultura en zonas frías y australes. Como sabemos, las heladas afectan gravemente la productividad de cultivos como el tomate o la frutilla.
El frío reduce la disponibilidad de nutrientes en el suelo y las plantas no logran desarrollarse con la misma fuerza. Allí, pensamos, las levaduras antárticas podrían marcar la diferencia: son capaces de crecer a bajas temperaturas y, al mismo tiempo, solubilizar nutrientes para que estén disponibles incluso en condiciones adversas.
Hoy lidero un proyecto Fondef que busca transformar este conocimiento en un producto biotecnológico real: un bioinsumo que funcione como biofertilizante. Estamos trabajando con una colección de entre 20 y 50 cepas de levaduras, evaluando cuáles son las más eficientes en solubilizar nutrientes y resistir bajas temperaturas. La meta de esta primera etapa es generar una mezcla óptima de levaduras y formularla en un producto que pueda aplicarse directamente en cultivos.
El camino no se recorre en solitario. La investigación es por naturaleza multidisciplinaria: necesitamos biotecnólogos para diseñar la bioformulación, agrónomos para estructurar los ensayos de campo y expertos en fisiología vegetal para evaluar el impacto en los cultivos.
Además, contamos con la colaboración de las sedes en Talca y Temuco de la Universidad Autónoma de Chile y con el apoyo de la empresa Biobentos, que será clave para escalar la producción.
El plan es iniciar pruebas piloto en tomates bajo condiciones controladas en el Centro Rosario, y posteriormente avanzar hacia frutillas. Nuestro horizonte temporal es de dos años. En 2025 deberíamos contar con la mezcla de levaduras definida y con los primeros ensayos controlados. Durante el segundo año, la meta es trasladar la aplicación a terreno, probar en condiciones reales con agricultores y, finalmente, trabajar en conjunto con Biobentos para escalar la producción y acercar el bioinsumo a los pequeños y medianos productores del sur de Chile.
La motivación también es social. Muchas tecnologías agrícolas de protección frente a heladas existen, pero son costosas y, por lo tanto, inaccesibles para pequeños productores.
Nuestro bioinsumo podría convertirse en una alternativa más económica, sencilla y amigable con el medio ambiente, ayudando a resguardar cultivos clave en la dieta chilena como el tomate o la frutilla.
Este esfuerzo no solo genera conocimiento, sino que forma capital humano. En nuestro laboratorio participan estudiantes de pregrado y posgrado de diversas carreras, desde Química y Farmacia hasta Nutrición.
Ellos desarrollan sus seminarios de grado, tesis doctorales y proyectos de iniciación científica en torno a esta investigación. Así, la ciencia aplicada se convierte también en una herramienta pedagógica que forma nuevas generaciones de investigadores comprometidos con los problemas del país.
Las levaduras antárticas nos recuerdan que, incluso en los ambientes más extremos, la vida encuentra caminos para adaptarse y prosperar. En un futuro cercano, quizás los agricultores del sur de Chile encuentren en estos microorganismos del fin del mundo un aliado inesperado para enfrentar el frío y asegurar la productividad de sus cultivos.